Sin amor.
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La inteligencia sin amor, te hace perverso.
La justicia sin amor, te hace implacable.
La diplomacia sin amor, te hace hipócrita.
El éxito sin amor, te hace arrogante.
La riqueza sin amor, te hace avaro.
La docilidad sin amor te hace servil.
La pobreza sin amor, te hace orgulloso.
La belleza sin amor, te hace ridículo.
La autoridad sin amor, te hace tirano.
El trabajo sin amor, te hace esclavo.
La simplicidad sin amor, te quita valor.
La oración sin amor, te hace introvertido.
La ley sin amor, te esclaviza.
La política sin amor, te hace egoísta.
La fe sin amor te deja fanático.
La cruz sin amor se convierte en tortura.
La vida sin amor, no tiene sentido.
El dinero o la vida.
La frase que enarbola el título del presente artículo es, tristemente, célebre, sin embargo, encierra una gran enseñanza. Esta frase nos pone en la encrucijada de la elección. La cuestión derivada de lo anterior es, si la elección es realmente una encrucijada. Porque a decir verdad, nuestra vida está hecha de elecciones. ¿Qué vestiré hoy? ¿Qué desayunaré? ¿Por dónde me iré al trabajo? ¿Iré a jugar? Esas son algunas de las elecciones cotidianas, que, siendo sinceros, hacemos casi en automático. Lo interesante del caso es que todos, sin excepción, vamos construyendo nuestra vida con base en las elecciones que hacemos día a día y, más concretamente, momento a momento. Casarme, elegir un empleo, ahorrar, hacer ejercicio, estudiar una maestría, leer un libro, enojarme. Son también elecciones un poco más complejas, sí, pero al fin y al cabo elecciones. Sin embargo nuestras elecciones, de hecho todas las elecciones, encierran un “secreto”. ¡¡¡Qué suenen las trompetas y los tambores!!...
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